El rock nuestro de cada día

El rock nuestro de cada día

Centro Cultural la Pirámide


Jesús Vicente García

“¿Entonces qué, bailamos abrazaditos o de a cartón? Va, maestro, como sea, venga la música”, dice el cantante, y aparece la batería marcando el comienzo de la tarde de rock, de bandas nuevas, jóvenes, arriba del escenario, dándole duro a la guitarra, sudando hasta quitarse la chamarra de piel con estoperoles, con rolas dedicadas a su barrio, a la novia, a la madre, a los que no están, a los desaparecidos, porque el rock no es una moda, sino una forma de vida, es tocar el infinito en este sábado de mayo, día 27, hecho a la altura de los ritmos.

Ya estamos en La Pirámide, centro cultural, en San Pedro de los Pinos, donde todo huele a arte, en cuya entrada te reciben unas mesas con personas jugando ajedrez, la pura estrategia; me dan el periódico La dosis, con información de la Cultura Cannábica, CUCA, donde no se trata de consumir, sino de concientizar, vaya tarea del personal que aspira a un mundo feliz, y dentro de las instalaciones, la Biblioteca Cannábica, libros, revistas y diarios acerca del tema. Y de fondo, música emergente.

Pasadas las tres de la tarde, se escucha rock. “¿Dónde es?”, le pregunto a una mujer de lentes, “vengo al concierto de bandas emergentes”. “Se llama Música sin límites y ya comenzó. Donde dice Teatro, ahí es”. Bajo las escaleras hacia lo oscuro, como si uno entrara a una cueva, están las butacas, poca banda, mucho ambiente y arriba del escenario los Wewechales dando lo mejor de sí: “Hay que trabajar en equipo, la unidad es la que hace que las cosas surjan, no es cierto que uno solo lo haga todo”, y empiezan a tocar esa fusión de rock con motivos latinoamericanos, ritmo que entra directo al corazón y agarra camino hacia los pies. Le cantan a su barrio y a su gente. Ahí están las novias de los rockeros, sentadas, pero no aplatanadas, celuleando para el feis y para sus redes. Platico con los músicos lo necesario para saber que se formaron como grupo desde la pandemia; el contagio no sólo fue de virus, sino de rock.

Los Chacabucos dan rienda suelta a un rock más pesado con un estilo singular por los teclados y la guitarra a todo lo que da, y lo interesante es que están unidos por la música, con todo y que piensan distinto respecto al uso de las redes sociales, que ya es importante enfocarlas para darse a conocer más, pero otro dice “con calma, no corras, esto es un proceso”. “Sí, pero igual hay que estar en las redes”. Ojo, banda, pueden pensar distinto, pero hay que caminar juntos, gran ejemplo de estos compas que los une el rock.

Y la tarde se llena de nubes y de agua, en tanto que los grupos desfilan en el teatro. Viene El Trinche, con su salsa rock y fusión con otros ritmos que hacen que el corazón bambolee, “por los desaparecidos, por los que ya no están” y levantan el puño para que el silencio se convierta en canto canibalesco.

El ska y el metal se apodera de los oídos del personal: Distrito Skoria hace retumbar los esqueletos, dos cantantes y una bataca bastan para cambiar al mundo, pues igual, al platicar con ellos, están conscientes de que deben hacer trabajo en las redes y cuando les digo que voy de Bachilleres, dicen que ellos también son de nuestra manada: “Yo estuve en el (Plantel) 1 y él es del 6”, señala a su compa, mientras el batería sostiene que él es el único del Cetis 36, escuela pública semillero del rock. Después sube Jungle Beats, rolas en inglés. Francisco, el cantante, parece tímido y de pocas palabras cuando le hago la plática y me presento. Su estatura respingada, el cabello al hombro, negro cual ala de cuervo, su cuerpo delgado entallado en una chamarra de piel, hace parecer un místico del rock; me mira con parsimonia, habla suavemente, bien plantado, pero en el escenario se transforma, muestra su poder de atracción.

Así que sigue la lluvia a tal coincidencia, que The Jauría, con sus máscaras con cuernos, otro de luchador, todos cubriendo rostro, ¿qué tan feos están?, dice alguien atrás. No manches, así les gusta. Ponen la muestra de la energía, tocan y tocan y vuelven a tocar, marcando ritmo cantando La gata bajo la lluvia, la que hizo famosa Rocío Dúrcal. Es un cover pegador. Su música se expande en el tiempo, nos dieron las siete, las ocho y las diez, afuera sigue lloviendo, adentro se sigue rockeando. Cierran Dementes criminales, una banda de ska con instrumentos de vientos, trompetas y sax, y vamos a darle para que el cuerpo no se entuma, venga, que la noche nos agarre rockeando, porque llevamos casi siete horas de concierto; ska para todos, ellos pagan. Su ritmo nos gana para tener energía lo que resta de la noche; esta música carece de límites como su creatividad y las ganas de decirle al mundo que se agarre, porque vienen con todo estos Dementes y todos aquellos que hicieron del sábado un rescate al rock. Banda, esto es lo que viene, música sin límites y con todo el deseo de cambiar al mundo e, incluso, de amarlo más.

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